Si hay algo en esta vida que me gusta y me genera admiración, es recordar y refrescar la vida y obra de los campeones y referentes de nuestra historia.
En éste caso quiero evocar una anécdota de mi querido abuelo “Mickey” Bernasconi. Un crack. Dentro y fuera de la cancha. Deportista ejemplar. Como basketbolista y como líder, cuando le tocó dirigir grandes Equipos Campeones, como el decano Sporting Club del Uruguay, y la selección uruguaya de basketball. Famoso por su “gancho” y por su amor a los fundamentos del juego. Olímpico en Berlín, 1936. Épocas duras. Donde, para llegar a la Olimpíada, había que pasarse un mes en barco, entrenar a bordo en una canchita improvisada en la cubierta del transatlántico, para luego competir, y seguir aprendiendo, (que fue una de las cosas que él me transmitió de dicha Olimpíada).
El hecho es que allí, el abuelo conoció (entre otros) al gran Jesse Owens.
...Y éste genial atleta dijo alguna vez:
“Hay algo que le puede ocurrir a cualquier atleta, a todo ser humano; es el instinto de aflojar, de ceder ante el dolor, de dar menos que lo mejor de uno … el instinto de esperar ganar por medio de la suerte o cuando tu oponente no da lo mejor de sí, en vez de alcanzar y superar tu límite, que es donde se siempre se encuentra la victoria.
Derrotar esos instintos negativos que afloran para derrotarnos es la diferencia entre ganar y perder, y enfrentamos esa batalla todos los días de nuestra vida.”
En éste caso quiero evocar una anécdota de mi querido abuelo “Mickey” Bernasconi. Un crack. Dentro y fuera de la cancha. Deportista ejemplar. Como basketbolista y como líder, cuando le tocó dirigir grandes Equipos Campeones, como el decano Sporting Club del Uruguay, y la selección uruguaya de basketball. Famoso por su “gancho” y por su amor a los fundamentos del juego. Olímpico en Berlín, 1936. Épocas duras. Donde, para llegar a la Olimpíada, había que pasarse un mes en barco, entrenar a bordo en una canchita improvisada en la cubierta del transatlántico, para luego competir, y seguir aprendiendo, (que fue una de las cosas que él me transmitió de dicha Olimpíada).
El hecho es que allí, el abuelo conoció (entre otros) al gran Jesse Owens.
...Y éste genial atleta dijo alguna vez:
“Hay algo que le puede ocurrir a cualquier atleta, a todo ser humano; es el instinto de aflojar, de ceder ante el dolor, de dar menos que lo mejor de uno … el instinto de esperar ganar por medio de la suerte o cuando tu oponente no da lo mejor de sí, en vez de alcanzar y superar tu límite, que es donde se siempre se encuentra la victoria.
Derrotar esos instintos negativos que afloran para derrotarnos es la diferencia entre ganar y perder, y enfrentamos esa batalla todos los días de nuestra vida.”
Jesse Owens venció esos instintos negativos. Estableció marcas mundiales cuando estaba en la escuela. Luego siguió mejorando y estableció una marca mundial en el liceo. Cuando llegó a la universidad, no aflojó la marcha. En solo una competencia, estableció tres marcas mundiales en menos de una hora. Luego en 1936, demostró la profundidad de su carácter y su dedicación a la perseverancia al competir en los Juegos Olímpicos, en el corazón de la hostil Alemania nazi. Empató una marca mundial y estableció tres marcas olímpicas, ganando cuatro medallas de oro. Sus logros son un testimonio de su dedicación, y son un claro ejemplo del papel del carácter cuando se trata del éxito.
Jesse Owens es ciertamente uno de los campeones más queridos en la historia olímpica, pero no solo los ganadores muestran lo que se necesita para ser exitoso.
Una noche de octubre de 1968, un grupo de espectadores perseverantes se quedó en el Estadio Olímpico de la Ciudad de México para ver la llegada del último corredor de la maratón olímpica. Más de una hora antes, Mamo Wolde de Etiopía había ganado la carrera, por lo que recibió los aplausos de los espectadores. Pero a medida que la gente esperaba por los últimos participantes, iba oscureciendo y la temperatura bajaba.
Parecía que ya había llegado el último de los corredores, de manera que los espectadores comenzaron a retirarse, cuando de pronto oyeron sirenas y silbatos de la policía que venían de la puerta de la maratón en el estadio. Y mientras todos observaban, el último corredor hizo su entrada en la pista para el último tramo de los cuarenta y dos kilómetros. Era John Stephen Akwhari de Tanzania. Mientras corría en la pista los últimos cuatrocientos metros, el público podía ver que su pierna estaba vendada y sangraba. Se había lesionado al caer durante la carrera, pero eso no lo había detenido. El público del estadio se puso de pie para aplaudirlo hasta que llegó a la meta.
Jesse Owens es ciertamente uno de los campeones más queridos en la historia olímpica, pero no solo los ganadores muestran lo que se necesita para ser exitoso.
Una noche de octubre de 1968, un grupo de espectadores perseverantes se quedó en el Estadio Olímpico de la Ciudad de México para ver la llegada del último corredor de la maratón olímpica. Más de una hora antes, Mamo Wolde de Etiopía había ganado la carrera, por lo que recibió los aplausos de los espectadores. Pero a medida que la gente esperaba por los últimos participantes, iba oscureciendo y la temperatura bajaba.
Parecía que ya había llegado el último de los corredores, de manera que los espectadores comenzaron a retirarse, cuando de pronto oyeron sirenas y silbatos de la policía que venían de la puerta de la maratón en el estadio. Y mientras todos observaban, el último corredor hizo su entrada en la pista para el último tramo de los cuarenta y dos kilómetros. Era John Stephen Akwhari de Tanzania. Mientras corría en la pista los últimos cuatrocientos metros, el público podía ver que su pierna estaba vendada y sangraba. Se había lesionado al caer durante la carrera, pero eso no lo había detenido. El público del estadio se puso de pie para aplaudirlo hasta que llegó a la meta.
Mientras se retiraba rengueando, le preguntaron por qué no se había rendido, si estaba lesionado y no tenía posibilidad de ganar una medalla. El atleta respondió:
«Mi país no me envió a México para comenzar una carrera», respondió. «Me mandaron a terminar una carrera».
Akhwari miró más allá del dolor del momento y mantuvo su ojo en el cuadro completo; en la razón por la que estaba allí. A medida que haces el viaje rumbo a tus objetivos, recuerda que tu meta es terminar la carrera, dar lo mejor de tus capacidades.
Tu meta es terminar la carrera. Dar lo mejor de tus capacidades.
Seguí caminando!
La Persistencia Gana la Carrera.
5 comentarios:
Es verdad segui caminando , La meta es terminar.
La determinación. El hombre creyó que podía y alcanzó la meta!
Estas historias alimentan el alma...
Si creés en lo que hacés y te querés mucho, no hay nada ni nadie que te impida lograr lo que desees.
"El problema" está en uno mismo...verdad que sí!!!!
Excelente, como es habitual, gracias Lalo por alimentar nuestro espíritu. Abrazo de gol académico
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